lunes, 22 de agosto de 2011

Marcha fúnebre


Quizá sea porque durante mucho tiempo fui el saco de boxeo de mi hermano mayor y me había cansado de perder, o quizá porque mi madre siempre me repetía que no debía depender nunca de nadie. Lo cierto es que no se por qué, pero nunca he soportado quedar como la niña, chica o mujer débil que necesita un hombre fornido que la proteja. Por eso, cuando me dirigía a la calle a la que sin piedad me enviaba aquel mensajero del diablo con carita de angel, me sentía como recorriendo el corredor de la muerte. La "Marcha fúnebre" interpretada por el cuarteto de cuerda que tocaba mientras el Titanic se hundía habría sido la banda sonora perfecta.  
      Me presenté ante aquella jauría de lobos ambrientos dispuesta a ser despellejada viva, cuando algo inhaudito, a mi entender, estaba apunto de ocurrir. El señor ogro presidente de la calle me regaló una amable sonrisa y entre tranquilizadoras burlas hacia el resto de miembros masculinos trató de explicarme como iba todo aquello. Los demás me miraban como si E.T. acabara de entrar en plena reunión de ejecutivos y se sentara entre ellos tratando de pasar desapercibido. Por sus caras deduje que eran de los que opinaban que las chicas solo saben hablar de ropa y pinturas y de tes con la señorita Pepis y que, por tanto, no solían tratar con ninguna. 

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