viernes, 22 de enero de 2010

Toda Noche Tiene Su Alba...


Respira… nota como cada rincón de sus pulmones se hiela. En medio de la niebla y la tiniebla unos enormes ojos verdes relucen de júbilo. Es difícil distinguir el resto de su figura entre tanta ropa y tan oscura. El frío cala cada rincón de su cuerpo, cada parte de su ser, mas la calidez que invade su alma es incluso más intensa que cuando aún el sol se esforzaba por calentar sus dedos, ahora completamente congelados. Piedras, solo está viendo piedras, piedras cuidadosamente talladas pero erosionadas con el paso del tiempo y bien iluminadas, valiosísimas y muy alabadas, pero piedras al fin y al cabo. Y sin embargo ella no ve eso. Ella ve justo el lugar en el que quería estar, aunque de eso se da cuenta ahora. Todo lo que mira, todo lo que esa noche cruza ante sus ojos es algo extraordinariamente maravilloso, y ni siquiera sabe por qué. Es como si, aquella noche, al salir del hotel hubiera decidido que esa iba a ser su noche.


La tenue luz y la decoración cavernosa dan al bar en el que entran un halo de misterio, no se le ocurre mejor refugio para resguardarse del frío. Una versión blusera los Beatles, un Bloody Mary para ella, unas cervezas para ellos y una coca-cola para los más lights. ¿Podría ser más perfecto? Es en ese momento cuando alguien sugiere justo lo que pondría la guinda al pastel de sensaciones que suponía para ella aquel momento. Frente al bar una heladería. Los helado italianos son los mejores helados del mundo, dicen. Ella quería comprobarlo. Y allí, sentada frente al saxofonista, extasiada con el intenso sabor de aquel chocolate derritiéndose en su boca provocando en sus sentido una sensación casi orgásmica y acariciada por las notas de aquel blues, tan solo lamenta una cosa…


… toda noche tiene su alba….