viernes, 30 de julio de 2010

Mi destino es mío...

Te miro y me sonríes, pero tus ojos no acompañan. Desvías la mirada para evitar que excave en aquello que me escondes. Te olvidas de que soy yo. Sabes que te he descubierto me vuelves a mirar ahora con una sonrisa más apagada. No lo escondas, no se lo que te pasa pero se que quieres contarlo a quien sea y como sea así que simplemente suéltalo. Me confiesas que es cierto, que no puedes mirar al sol porque la oscuridad ahora es prisionera en tus ojos. Me cuentas que las estrellas ya no brillan para ti y la luna nunca sale en tu jardín, que la nubes solo dejan contemplar tu perfil en el agua mustia acumulada tras una larga tormenta que nunca llega a su fin. Me comentas que las horas no descansan sin dejar de fluir pero siempre te recuerdan que nada cambia para ti. Mi mirada sigue quieta como si no me hablaras a mí. En realidad trato de distinguir entre tanto sufrimiento el lugar por el que salir. Ahora te contemplo y recuerdo que para ti lo único importante es el calor del delfín y ahí me tienes rebuscando entre los siete mares aquel animal simpático para hacerte sonreír. Una rosa entre tinieblas ha brotado en tu jardín, "¡Precioso día!" es lo último que te oigo decir. Mi consuelo para una noche gris es saber que al fin hay color en tu país.
De vuelta a mi propia tormenta me encuentro con que nada ha cambiado para mí, su rosa aquí no existe y sus pasos no me sirven, su camino es distinto y el mío está cortado por el más ancho y profundo de los abismos. Está todo perdido, no hay forma de seguir, o me quedo aquí parada o me tiro de cabeza al abismo de mi perdición. Casualmente ninguna de las opciones me reconforta, digamos que soy demasiado exigente. Y entonces me doy cuenta. No había nada, todo estaba devastado para ella y ahora su mundo se reconstruye entre pétalos de esperanza. Me pongo en pie, cambio de dirección y busco otro camino... y que le den por culo al destino, que en mi vida mando yo y ningún agujero, profundidad o Apocalipsis me va a parar.

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