sábado, 11 de febrero de 2012
Que se pare el tiempo, aunque me quede atrás...
El tiempo me quiso dejar atrás, lo encontré escondido tras viejos calendarios de esos tan insinuantes que colgaba nuestro mecánico en su taller. Pero a mí, como buena hija de mi madre, siempre me ha gustado llevar la razón, por eso quise saber más. Apunto estuve de superarlo, de dejar al mundo por embustero con aquello de que el viejo es más sabio. Pero otra vez la vida me estampó mi enorme error en la cara. Ya hacía tiempo pensaba que nada me sorprendería. Cuando algo que creías poseer para los restos desaparece de entre tus manos descubres que no puedes vencerlo, el tiempo siempre te supera, él siempre sabrá más. Ahora, que el reloj se llevó la razón y las horas barren despacio pequeñas motas del polvo en el que se convierte mi vida a cada paso, tan solo le pido al tiempo que me deje como estoy. No quiero más lecciones, no quiero saber más, quiero volver atrás y permanecer ignorante, aislada de ti, de tus minutos, de tus segundos, de tus heridas... Ansiaba tanto la verdad, la sabiduría de aquel señor que me contaba la historia de sus cicatrices que no supe ver lo que me perdía. Me perdí ese momento, el mejor, aquel en el que la ilusión de que un papel de colores se convirtiera en una hermosa rosa sin espinas, me coloreaba la mayor de las sonrisas. Me olvidé de disfrutar de la carta que aparece de la nada tratando de averiguar donde se escondían los hilos. Y ahora, que la ignorancia me sigue atormentando y las historias las cuentan mis cicatrices, tan solo me pregunto cuan cruel será la próxima batalla y contra qué nueva ilusión me he de estampar.
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